La importancia de desconectar

August 5, 2012

Desde el balcón del apartamento en el que estoy el mundo es simple. A varios pisos de altura las personas dejan de ser universos, sus historias desaparecen, no hay puntos de giro, ni sueños, no hay miedos, ni siquiera deseos. Desde aquí son sólo figuritas. Las hileras de sombrillas en la playa me recuerdan a la placa base de un ordenador con sus circuitos diminutos y sus soldaduras de estaño. El mar también cambia con la distancia. Es algo tan tranquilo como la superficie de un vaso de agua. Nadie imaginaría lo que ocurre bajo su superficie. Tuve que venir de emergencia a Miami casi un mes antes de lo previsto porque mi abuelo está enfermo.

Mi padre había llegado antes que yo, y pasamos varios días juntos. Soy una persona sensible así que reencontrarme con la familia después de mucho tiempo me revuelve los recuerdos. Cuando se trata de mi padre son siempre los mismos. Yo tengo unos 8 o 10 años y él nos lleva a mi hermana y a mí a patinar al parque, o al planetario, nos lleva a comer pizza, a jugar racquetball, a conciertos de música académica, a las librerías. En algunos recuerdos me está enseñando a montar mi primer ordenador, paso por paso, con mucha paciencia. O se sienta conmigo a ver los capítulos de su colección de la serie Cosmos de Carl Sagan, que había grabado en casettes de Betamax.

Pero por alguna razón todos esos recuerdos se detienen abruptamente en algún punto de 1995. Tenía 10 años, estaba en 5to grado de la escuela básica, y por alguna razón que nunca supe, todo eso se detuvo. No más parque, ni pizzas, ni playa, ni racquet. Todo se acabó de golpe. Mi padre empezó a pasar más tiempo en su estudio y menos tiempo con nosotras. En el momento no me di cuenta. Imagino que cuando uno está metido dentro de la situación no te planteas lo que ocurre, o más bien que es con la sumatoria de las acciones puntuales a lo largo del tiempo que descubres el patrón. Pero ahora, con la distancia, veo una línea muy clara.

Desde que descubrí eso, ese antes y ese después de 1995, me comí mucho la cabeza pensando en qué fue lo que pasó. Imaginé peleas dramáticas a puerta cerrada, peleas en plan soap opera en la que se toman decisiones pero no se le dice nada a los niños por su propio bien. Imaginé historias de triangulos amorosos, o amenazas de divorcio. Pensé que a lo mejor a mi padre le fue muy mal en algún negocio y no nos dijo nada, algún tema así, un detonante puntual y trágico que cambio las rutinas de mi casa.

Pero después de años de preguntármelo, ayer descubrí cuál fue el detonante. Para mi sorpresa no fue nada dramático. No fue una pelea, no fue un mal negocio, ni un desequilibrio psicológico. Desde cualquier punto de vista lo que voy a decir parecería una tontería, y nadie le atribuiría el peso que realmente tiene. Lo que ocurrió en el año de 1995 fue que llegó CompuServe. Cada noche a partir de entonces en mi casa sonaba la canción del dial-up, esa melodía de tonos de teléfono, y mi padre se conectaba a internet. No volvió a salir de su estudio.

Es probable que tú también identifiques un cambio en tu vida, un antes y un después de la llegada de internet, si haces memoria. Da igual si ocurrió en los 90, o hace unos meses, el caso es que es probable que tu vida sea diferente a causa de internet. Y no me refiero a cambios prácticos del tipo “me he ahorrado cantidad de viajes a la biblioteca” sino a cambios que van más allá de lo utilitario. En mi caso el cambio no ha sido únicamente en la relación con la gente que quiero, sino también conmigo misma.

Hasta ahora siempre he defendido la tecnología. No podría ser de otra manera porque internet no es un pasatiempo para mí, sino que es mi modo de vida. Gracias a internet he ganado cosas maravillosas. He logrado dedicarme a lo que me gusta, hacerlo como me gusta, sin intermediarios y sin concesiones, y además tengo la gran suerte de poder vivir de ello. Gracias a internet tengo una comunidad rica de lectores que me apoyan en lo que hago.

Pero al mismo tiempo también veo la parte negativa de usar internet. Toda herramienta poderosa tiene cosas buenas y cosas malas, internet no es la excepción. A veces, al igual que mi padre, puedo pasar más de veinte horas al día pegada a una pantalla. Una parte importante de ese tiempo lo dedico a trabajar, y aunque me gusta engañarme a mi misma diciéndome que es TODO el tiempo, en realidad pierdo una gran cantidad de horas a la semana haciendo nada en internet hasta el punto de que dejo de hacer cosas que me gustan por estar aquí.

Se podría decir que internet es una adicción, sólo que puede ser difícil identificarla porque para muchos de nosotros internet es también nuestro trabajo.

SISTEMAS DE RECOMPENSAS

Hay áreas del cerebro que se encargan de tareas muy específicas. Por ejemplo, con la vista, hay un área del cerebro que se encarga de identificar objetos estáticos, y otra que se encarga de identificar objetos que están en movimiento. Hay un área para identificar el color, y otra para integrar la visión de ambos ojos. Lo mismo ocurre con el lenguaje, con las habilidades motoras, y también con la memoria.

En el caso de la memoria, hay un área que se encarga de la memoria a largo plazo, y otra de la memoria inmediata. Pero cuando se trata de los hábitos hay un área específica del cerebro ligada a la memoria que se encarga de recordarlos. Pueden ser secuencias altamente complejas, desde cómo preparar una limonada hasta cómo desmontar el motor de un coche. Los hábitos se fijan en la misma área del cerebro que se encarga de recordar cómo montar bicicleta. Así que si repites algo muchas veces la conexión se fortalece y se fija dentro de ese área del cerebro.

Quizás hayas escuchado alguna vez que es difícil olvidar lo que uno aprende. Olvidar cómo conducir, cómo leer, o cómo ir en bici es muy difícil, una vez que lo aprendes es casi imposible olvidarlo, aunque pasen 40 años. Por eso en los programas de rehabilitación de 12 pasos suelen decir que un adicto es adicto para toda la vida, que aunque hayas dejado de fumar, si pruebas un cigarrillo vas a recuperar el hábito muy rápido porque nunca dejaste de ser un fumador, solo dejaste de fumar. Tu hábito, esa secuencia de pasos, sigue ahí, archivado en tu memoria, para siempre.

Pero no todos los hábitos son aprendizajes o rituales. Hay hábitos que hemos aprendido porque nos ofrecen un marco de acciones y recompensas, de gratificaciones inmediatas. A los perros, por ejemplo, se les entrena usando premios (galletas). Si quieres que el perro te de la pata, le das a cambio una de estas galletas. A la larga, una vez que el perro forma el hábito, te dará la pata aunque no le des una galleta en esa oportunidad.

Internet es parecido. Hay un sistema de gratificaciones inmediatas. Cada vez que pulsas sobre un enlace, obtienes una recompensa. La recompensa es un estímulo (una foto, un vídeo, un texto). Cada vez que dices algo en twitter, por ejemplo, las menciones que recibes, o los retweets son recompensas, y lo mismo con los likes de facebook, y hasta con los emails en tu bandeja de entrada (da igual si la recompensa es positiva o negativa, siempre que haya una respuesta del otro lado será gratificante). Mientras más inmediata es la recompensa más te engancha.

Esa es la razón por la que AUNQUE uno puede preferir hacer alguna cosa (ir a la playa, pasar tiempo con la gente que quieres, ir a una reunión) a veces te puede más la pantalla. No se trata de que prefieras estar en internet refrescando Facebook. Se trata de que es una gratificación más inmediata que cualquier otra. Es fácil obtenerla, sólo tienes que quedarte allí.

La parte más complicada es la manera en la que estos hábitos se fijan. Pasan de ser hábitos a ser rutinas. Ya se espera y se sobreentiende que estarás frente al ordenador toda la tarde, y ni te lo planteas. O puede que te lo plantees y hasta te sientas culpable por pasar tantas horas pegado a una pantalla, pero aún así no sepas cómo ponerle un freno.

La adicción a internet es simplemente uno de los efectos de un problema más grande, porque no fijamos los objetos, sino los sistemas de recompensa. Internet es solo uno más. La mayoría nos fijamos una serie de rutinas diarias que quizás empezamos a hacer por necesidad, pero que se perpetúan en el tiempo por inercia, porque no sabemos cortar con ellas, o peor aún, porque somos incapaces de identificarlas.

A esas rutinas yo las llamo “fósiles”. Son patrones antiguos, patrones muertos, que han quedado atrapados, o “preservados” si lo prefieres, en nuestra cotidianidad. Hay fósiles de estos en todo lo que hacemos. Desde la manera que tenemos de preparar una comida, hasta en nuestras relaciones con la gente cercana. Ya hablé de esto antes en un artículo sobre el maquillaje que puedes leer aquí.

El problema de estos fósiles es que te impiden hacer cosas que realmente deseas. A veces es posible identificarlos y otras veces no. Para poderlos identificar hay que separarse, desconectarse por un tiempo de esas rutinas diarias para mirarnos desde una nueva perspectiva.

UN NUEVO ORDEN

Hay una regla tácita entre los escritores y es que uno nunca debe disculparse por lo que hace en su blog. Es poco serio, por ejemplo, empezar una entrada disculpándote por haberte tomado un tiempo, o por no actualizar más a menudo. Es una actitud de blogger, no de escritor, y específicamente una actitud de blogger de Livejournal.

No me malinterpretéis, se pueden ofrecer explicaciones, pero nunca en tono de disculpa, y mejor si no las das. Porque hacerlo te pone por debajo de quienes te leen. Te hace sentir que escribir es una obligación, que en lugar de trabajar en algo que te gusta, estás cumpliendo con algo que les debes. Eso mata la voluntad de cualquiera.

Así que lo que voy a deciros no es una disculpa, es un ejemplo. Entre el último artículo que escribí y este han pasado varias semanas. No sólo no escribí en el blog sino que tampoco me he metido en twitter, ni en facebook. Decidí desconectarme. Fue en parte una decisión personal, y también fue algo circunstancial. Isra tenía que ir a Singapur a arreglar unas cosas de negocios, y yo iba a ir con él, cuando ocurrió lo de mi abuelo. Yo decidí aprovechar que él iba a estar ocupado varios días para irme a Miami. Era la primera vez en 3 años que nos separábamos por tanto tiempo.

Fue un buen momento para desconectar porque tenía responsabilidades más importantes que internet. Pero no sólo me desconecté de internet, me desconecté de todo: de mi pareja, de mis rutinas, del orden cotidiano. Isra también se desconectó. Y gracias a la distancia, a esa desconexión, descubrimos dimensiones de nuestra relación que no conocíamos. Hicimos planes nuevos, y conversamos con honestidad sobre cosas que quizás no hubiésemos dicho de estar inmersos en nuestras rutinas. Gracias a la distancia tomamos decisiones que nos llenan de alegría.

No sólo se trata de desconectarse de un ser amado para descubrir el potencial de una relación, o separarse de internet porque te roba el espacio para hacer otras cosas. La idea de desconectar puede ser una bendición independientemente del objeto del que te estás desconectando. Cada quién tiene sus propios fósiles, así que es probable que tú necesites desconectarte de cosas diferentes a las mías.

Te puedes desconectar del entorno para conectar con tu interior. Desconectarte de lo mundano para sentir lo espiritual, o desconectar de lo espiritual para descubrir el cuerpo. Te puedes desconectar de la razón para suspender el descrédito, te puedes desconectar de tus certezas, o de las cosas que te producen apego. La idea de desconectarse está tan ligada a nuestra espiritualidad que en casi cualquier religión hay prácticas para eso.

Los hindúes peregrinan. Los cristianos hacen retiros. En la religión judía los sábados (shabat) son días sagrados de desconexión con lo mundano. Y más allá de las religiones, las historias que nos contamos, todo personaje importante tiene un momento de desconexión. El héroe de las mil caras, el protagonista de todos nuestros mitos inicia su aventura con una desconexión: se separa de lo que conoce hacia un mundo desconocido para crear un nuevo orden.

Cuando armamos un puzzle primero tenemos que sacar las piezas de la caja, separarlas, para tratar de unirlas en un nuevo orden con sentido. Lo mismo ocurre con la desconexión. La desconexión es una separación, es un requisito para el orden. Como somos personas dinámicas con vidas cambiantes, cada cierto tiempo tenemos que hacer ajustes a nuestro orden, y para eso es necesario desconectar.

DISTANCIA Y PERCEPCIÓN

Hay una regla que le gusta repetir a los profesores de escritura creativa, como si fuese una especie de fórmula mágica que te permitirá escribir bien. Esa regla es show, don’t tell que significa “En lugar de explicarlo enséñalo”. ¿Qué quiere decir en la práctica? que si tienes un personaje que se supone que es cómico, no digas que es cómico, haz que sea cómico en sus acciones y que el lector saque sus propias conclusiones.

El problema de show, don’t tell es que a veces puede ser un método insuficiente. Los buenos narradores no sólo enseñan, también explican. Porque a menos de que tengas una escena realmente contundente, si no explicas las cosas, el lector sólo podrá sacar conclusiones sobre un personaje con el tiempo. Sólo después de observar sus acciones una y otra vez, será capaz de identificar patrones y describir el carácter de un personaje. Así que quizás descubre que el personaje es cómico en la mitad de la novela. Es la sumatoria de detalles lo que dibuja el cuadro general.

Lo mismo ocurre con la pintura. Hay una escena en Clueless en la que Cher le dice a alguien: “ella es como un Monet, de lejos se ve muy bien, pero cuando te acercas te das cuenta de que es un desastre”. Si miras una pintura impresionista de cerca, nunca te imaginarías lo que aparece cuando te alejas. La percepción cambia con la distancia y por eso para poder identificar los patrones difíciles en la vida de uno, hace falta un ajuste de perspectiva.

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